martes, 31 de marzo de 2009

LA INTERPRETACIÓN DE LOS SUEÑOS SEGÚN HARTMANN

Hace mucho tiempo que leo y me informo acerca de los sueños y la posibilidad de extraer un significado de todas esas imágenes y contenidos surrealistas, de esa especie de segunda vida que llevamos cuando dormimos.

De los muchos estudios que existen acerca de lo onírico, me resulta particularmente atractivo y convincente, el llevado a cabo por el psiquiatra contemporáneo Ernest Hartmann. Por una parte por la seriedad de su trabajo, ya que sus hipótesis se basan en cientos de casos estudiados pero, sobre todo, por otra parte, por que los resultados obtenidos me parecen acertados y útiles, coinciden con mis propias reflexiones y dan respuesta a preguntas que yo misma me he formulado.

Gran parte de las investigaciones de Hartmann se han centrado en personas que habían sufrido una situación traumática, estudiando los sueños que se producían tras ella. Al parecer, esos sueños tienden a reproducir la situación, aunque en contextos diferentes. Por ejemplo, si alguien ha sufrido un accidente de automóvil, tiende a tener pesadillas relacionadas con situaciones de catástrofe como inundaciones, incendios o terremotos. Es decir, lo soñado gira en torno al trauma, pero en forma metafórica.

Con este punto de partida, Hartmann establece la hipótesis de que lo que los sueños reflejan son nuestras emociones y que lo hacen en forma de metáforas. Para él, el sueño es un estado en el cual el cerebro tiende a hacer conexiones mucho más amplias que en la vida real. Cuando estamos despiertos, nuestro foco de atención es mucho más estrecho: estamos atentos a lo que tenemos que hacer en ese momento, a los problemas que debemos resolver para seguir adelante y nuestro pensamiento es rectilíneo, racional. Mientras que cuando dormimos, establecemos conexiones mucho más libres, aunque también relacionadas con las emociones y preocupaciones que nos dominan en cada momento, algunas de las cuales no son ni inmediatas ni conscientes.

Es decir, si tenemos, por ejemplo, un problema en nuestro trabajo con una persona determinada, esa persona se convierte en otra, nuestra oficina se transforma en una casa desconocida que ni es como debería ser, ni está dónde tiene que estar y así sucesivamente. Todos esos elementos, de alguna manera, nos conectan con situaciones similares por las que ya hemos pasado o de las que ya hemos oído hablar y, lo más importante: tratan de ofrecer una solución a partir de nuestras experiencias pasadas.

Las propias imágenes y su trasfondo: la persona que no es quien debería ser, la casa que no es como debería ser, que no está donde debería estar, tienen un sentido. ¿Por qué esa casa y no otra?¿por qué es así y no de otra manera?¿por qué está aquí precisamente? Para Hartmann todos los elementos confluyen en una vía principal: la expresión de nuestras emociones dominantes y la búsqueda de soluciones. Algo así como: estoy angustiado por que he sufrido un terrible accidente, no sé que va a ser de mi, pero mira, también aquél amigo mío pasó por una experiencia similar y salió adelante; y aquella otra persona me contó que...; y, además, yo mismo, cuando era pequeño, fui capaz de sobreponerme a...y lo hice de este modo; quizá lo que me ha sucedido no sea tan grave, seguramente si hago esto y lo otro, podré salir adelante.

En definitiva, según este autor, la manera de entender nuestros sueños es explorar las emociones que el sueño está reflejando. Los sueños, por otra parte, los recordemos o no al despertarnos, en su opinión, tienen una función terapéutica. En ellos revivimos nuestros sentimientos angustiosos, de una forma más lejana, más calmada, sin el peligro de que nuestras acciones y sucesos imaginarios puedan afectar a nuestra vida "real". A través de ése "volver a vivir" somos capaces de ir explorando maneras de recuperarnos.

viernes, 16 de enero de 2009

EL DOLOR PSÍQUICO

Esto es algo que no aprendí en la carrera, sino después de años de práctica y reflexión. Recuerdo que se lo comenté a algunos de mis compañeros de trabajo y que les impresionó profundamente.

Me dí cuenta de que el dolor psíquico, espiritual, anímico o como queramos denominarlo es perfectamente comparable al dolor físico. Quizá no es nada nuevo. Pero sí es cierto que, generalmente, lo pasamos por alto.

Me refiero a que si alguien, por poner un ejemplo, se rompe un hueso, experimenta un gran sufrimiento pero, con analgésicos primero y luego con las adecuadas intervenciones médicas, el hueso vuelve a su lugar, a su forma original y deja de doler, excepto quizá cuando el tiempo es húmedo o frío.

Pienso que el dolor espiritual no es en absoluto diferente y que el principal problema de nuestra ciencia es que aún hoy, no sabemos curar ese dolor, esa herida, con la rapidez con la que se puede curar el dolor de un tejido corporal. Es más, probablemente en muchos casos, no es posible; quiero decir en los casos en que las heridas son profundas y han durado mucho tiempo.

Nos desesperamos, por ejemplo, en el caso de una mujer maltratada que vuelve a los brazos de su maltratador, a pesar de toda nuestra lucha terapéutica para que no lo haga. No nos damos cuenta del todo de que esa persona, su espíritu, está agudamente herido y que esas heridas se han producido durante años, como si una persona se hubiera roto día tras día, hasta que sus huesos hubiesen quedado reducidos a fragmentos, como una bella copa de vidrio que se ha caído al suelo y sus trozos han ido siendo pisoteados un día tras otro.

Los seres humanos nos hemos acostumbrado durante cientos de años a convivir con el dolor espiritual, hasta el punto de haber considerado anormal el hecho de que una persona no pudiera soportar ese dolor y, en algunos casos, perdiera por completo la razón.

Afortunadamente, la capacidad de restablecimiento del ser humano es también milagrosa. Esa bella copa que ha quedado reducida a minúsculos fragmentos se puede, con mucha paciencia, mucha delicadeza y mucho tiempo, reconstruir y hasta hacer que vuelva a brillar.

Afortunadamente también, la ciencia médica ha avanzado en este camino y, actualmente, existen medicamentos que hacen más soportable el dolor. No por ser psicóloga pienso que los medicamentos no son útiles. Al contrario, muchas veces son una gran ayuda en el camino, a veces más breve, a veces muy largo, de superación de los problemas que nos pueden llegar a hacer tan dura la existencia. A menudo la terapa psicológica se beneficia de esa ayuda. Igual que el médico que hace que los pedazos de un fémur vuelvan a su sitio, ha dado antes al enfermo un potente analgésico para evitar en lo posible el terrible dolor.